sello de Israel emitido en 1952 con el candelabro. Una peculiaridad de este es que alrededor del candelabro están los sellos con los símbolos de las doce tribus de Israel. En el sello están colocadas en la misma formación en que iban en el desierto.
Tribu es un concepto social, político y antropológico no enteramente definido y lleno de polémica. La palabras tribu viene del latín tribus que se debía a aquellas agrupaciones que se encontraban en la cultura judía y grecolatina que originariamente consistía en un grupo homogéneo social y políticamente autónomo, que ocupa un territorio propio donde cuyos integrantes compartían un mismo origen. La tribu, en sentido tradicional surge a partir de la unión de varias personas que habitan un determinado territorio.
El título que encabeza la entrada es el mismo que figura en el artículo del historiador GUY SORMAN, publicado en ABC el pasado mes de octubre y del que voy a copiar varios párrafos para finalizar esta entrada.
«Se puede no amar a los estados y considerar que son monstruos fríos al servicio de las élites, indiferentes a nuestras exigencias y nuestras emociones básicas. Pero hay que recordar las razones por las que existen los Estados, como han nacido y que los ha precedido. El estado no es un producto natural de la evolución histórica si no una creación cultural destinada a contener, en la medida de lo posible, lo anterior. Lo anterior se llamaba la tribu se definía, de manera mitológica más que realmente documentada, por la pureza de su sangre y de sus costumbres en comparación con todos las demás tribus.
Doce sellos dedicados a los doce hijos de Jacob, emitidos por Israel los años 1955 – 1956.
La ocupación principal de las tribus durante milenios fue entrar en guerra con las tribus vecinas. En Europa esta tribalización del mundo concluyó progresivamente en la época romana, cuando determinadas tribus mejor organizadas que otras crearon federaciones, por la fuerza o por decisión propia. Estas federaciones se convirtieron en Estados cuando fue evidente que un poder central fuerte era el único que podía poner fin a las hostilidades. El Estado completó su obra de civilización sustituyendo la identidad tribal por la identidad nacional, lo que engendró más paz civil y más cultura, pues la cultura nace del mestizaje.»
«Detrás de estos impulsos independentistas, míticos y no racionales, adivino la poca memoria de los protagonistas. Y como han olvidado su propia historia, se condenan a inventar otra, a reescribir la páginas gloriosas de la tribu catalana, vasca, corsa, quedebesca, inglesa, magiar o birmana”.
Los espíritus débiles que aman el folclore se unen de buena gana a esta auto glorificación y constituyen las tropas de choque de los emprendedores políticos, nacionalistas o religiosos, que llevan a los independistas a su perdición, porque en el fondo pierden siempre, y mejor para ellos, pues la pérdida les salva del desastre. Los quebequeses, los escoceses, los corsos, nunca serán independientes de su Estado central, que en verdad, los protege y los catalanes autoproclamados tampoco serán independientes. Si llegan a serlo, se encontraran atrapados en el caos, como demuestra, a menor escala, una gran Bretaña fuera de Europa que desearía volver a integrarse.
Por volver al ejemplo catalán, ¿Cataluña ha sido alguna vez, a lo largo de su historia, más libre y más prospera de lo que lo ha sido hasta que los independentistas han sembrado el caos? Evidentemente no. ¿ Por qué surge entonces esa voluntad súbita de autodestrucción? Ya lo escribí en esta crónica del lunes, y no creo que sea necesario repetirlo, no existe ninguna razón racional que justifique este movimiento independentista. Por lo tanto, solo puede ser una empresa política destinada a aumentar el poder real y simbólico de los líderes independentistas.
Si una parte del pueblo los sigue es porque el mito a menudo entusiasma más que la razón. Este poder de los mitos no va a facilitar la tarea de los anti independentistas, porque ellos solo son razonables. Pero al final ganara la razón, porque es real, y existen soluciones pacíficas, yo propuse la semana pasada, por ejemplo, comisiones de la verdad y de la reconciliación inspiradas en las anteriores surafricanas y checas. Esperemos que surjan otras ideas basadas en el poder de la palabra y no en el de las armas.»