Voy a transcribir un texto que encontré hace tiempo en internet: el mismo ostentaba el título que hoy lleva la entrada. Como lo encontré curioso lo aparté y hoy decido darle cabida en mi blog. Su autor es José Luis Lamuza (1903 -1976), poeta y escritor argentino.
La historia de América empieza con unos versos de Séneca. Digamos, por lo menos, que es raro el texto de historia americana que se libra de estampar los consabidos versos en sus primeras páginas. Pertenecen al coro de la tragedia Medea, y traducidos dicen más o menos: “Años vendrán en el transcurso de los tiempos, en los cuales el océano aflojará los lazos de las cosas y aparecerá el mundo en toda su grandeza. Tetis descubrirá nuevos orbes y ya no será Tule la última tierra”
A Cristóbal Colón le gustaron esos versos. Una vez los copió y los tradujo a su manera. Pensaba que se refería (con quince siglos de anticipación) a su aventura oceánica.
El tema del coro de la tragedia Medea es la audacia del hombre. Y nada se queda en su lugar, dice el coro: “Los indios beben en el helado Araxis y los persas en el Albis y el Rin”. Y, a continuación, como presagiando que esa audacia ha de ir en aumento, -164- agrega “Así vendrán , en el transcurso de los siglos”….
La verdad es que cuando Séneca habla de esas migraciones de pueblos no cree en ellas al pie de la letra. Ni los indios del trópico tienen por qué trasladarse al país de los escitas, ni los persas tienen por qué beber en los ríos de la Germanía. Eso no es más que una figura retórica. El pensamiento de los poetas latinos queda con frecuencia aplastado por una tremenda cargazón retórica. Antes de Séneca, Virgilio había desplegado una imagen semejante en su primera égloga, la presenta bajo la forma de un imposible. El pastor Titiro ha visto en Roma a Octavio, el emperador casi divino; y en un arranque de adulación asegura: “Aunque se borre de mi pecho la imagen de aquel dios, el parto beberá las aguas del Arari o el germano las del Tigris”. O, lo que es lo mismo: “Antes pastarán en el aire los ligeros ciervos , y los mares dejarán a los peces en seco”.
Evidentemente, Séneca no ha necesitado hacer un gran esfuerzo para crear su imagen. Mas aún: El libro primero de las Geórgicas, Virgilio , siempre dirigiéndose al endiosado emperador, continúa su elogio: “te reverencie la remota Tule, y Tetis -165-te pague con todas sus ondas la gloria de tenerte por yerno”. El poeta quiere convertir a Octavio en un dios marino, y junta el nombre de Tule, una región imprecisa en el límite septentrional del mundo, al de Tetis, la merecida que casi comparte con Neptuno la soberanía del mar.
Es interesante advertir cómo los poeta se apoyan unos en otros para cantar. Eso de que Tetis aflojara los lazos y se manifestarán nuevas tierras paradisíacas ocultas en el océano, ya lo había cantado Horacio. Nada menos que , movido por la ambición el tranquilo y aburguesado Horacio, el predicador de la medianía dorada, el del honor a la aventura marítima.
Horacio abomina del que inventó el arte de navegar, del primero que, movido por la ambición, se lanzó audazmente al mar en un fragil leño , en “impías naves”. Durante siglos los poetas repetidores imitaron esa maldición de Horacio .
De bronce debió de ser
Que osó en el mar poner
primero un frágil navío
sin temer del norte frío
la rabia , enojo y poder
Dice un personaje del Isidro, de Lope de Vega. Y el gracioso de El burlador de Sevilla, de Tirso, insiste:
¡ Mal haya aquel que primero
Pinos en la mar sembró
y que sus rumbos midió
con quebradizo madero ¡
¡ Maldito sea Jasón,
Y Tifis maldito sea ¡