EFEMÉRIDES – 2 DE MARZO DE 1967 “AZORÍN” Y EL HOMBRE DEL PARAGUAS ROJO (1873-1967)

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                                          La fecha que  antecede corresponde a la del fallecimiento del célebre escritor José Martínez Ruiz, más conocido por “Azorín”. Llegó a Madrid en 1896; tenía entonces 23 años y ya se había creado una figura llamativa, públicamente famosa: un monóculo, una capa, un paraguas rojo de seda, un sombrero y una tabaquera con rapé; eran rasgos caracterizadores de que se llamara a sí mismo “el pequeño filósofo” en sus artículos en EL PUEBLO VASCO , de  San Sebastián. Posiblemente dedicaré una segunda entrada a este “pequeño filósofo”, como el solía denominarse. Guillermo Díaz  Plaja decía: “Unamuno y Maezu, Ortega y Azorín, D’Ors y Marañón sentaron cátedra en la universidad callejera del artículo periodístico”. Este gran escritor tuvo sus veleidades anarquistas; fue diputado conservador y de 1936 a 1939 residió en  en París; a su piso acudían todas las tardes Marañón, Ortega, Menéndez Pidal, Baroja, Sebastián Miranda y otros expatriados. Vive de  sus  colaboraciones en LA PRENSA  de Buenos Aires. Siguiendo un orden cronológico voy a reseñar aquellos momentos más destacados: 1873. Nace en  Monóvar (Alicante) y al bautizarlo le imponen el nombre de José Augusto Trinidad,  a los ocho años ingresa en el colegio de los PP. Escolapios de Yecla; en 1888 se traslada a Valencia para estudiar Derecho; en 1893 hace crítica teatral en El mercantil valenciano con el seudónimo de “Cándido”; se traslada a Granada para seguir los estudios de Derecho y al año siguiente marcha a Salamanca a la búsqueda de profesores condescendientes para sus estudios irregulares y termina regresando a Valencia sin concluir la carrera. Él llega a Madrid en 1896, cuando contaba 23 años, y como queda dicho al principio, se ha ocupado de crearse una figura que no pasara desapercibida. El profesor Justo  Fernández López dice: “En Madrid se dedica a la bohemia y al trato con anarquistas y con izquierdas radicales. Luego se fue haciendo cada vez mas republicano, para terminar siendo monárquico conservador a su muerte”. Y añade: “Azorín tiene ojos  de pintor y alma de intelectual. En él predomina lo visual como buen hombre levantino. Sus descripciones y visiones son exclusivamente plásticas. Su sensibilidad es la del hombre cultivado y educado”. Y Díaz Plaja, que también lo admiraba, decía: “Su estilo era como un  sismógrafo capaz de percibir todas las vibraciones de su tiempo. Era más sereno que Unamuno y menos arisco que Baroja,  más equilibrado que Valle Inclán y menos frívolo que Benavente; más objetivo que Maeztu y menos lírico que Antonio Machado”.

En un artículo de Manuel Vicent, publicado en  EL PAIS, leo lo siguiente: “Le esperaban días de gloria con su firma prácticamente en todos los periódicos de la época. Los relatos de viajes, por ejemplo en La ruta de Don Quijote, publicado por entregas sobre la marcha en el ABC en  1905. A partir de ese momento empezó a crearse un estilo propio en el que cada palabra era una taracea que labraba la pieza como en madera de ébano”.

Ahora en vez de recurrir a textos extraños echo mano de la copia de una “carta al director” que ABC me publicó en 1993 en torno a “Azorín”:  La “tercera” de Julián Marías dedicada a “París”, de Azorín me produjo la natural satisfacción.  Ver una vez más que un intelectual de la talla de Marías se ocupe del olvidado maestro estimula. Decia Julian Marías que Azorín  durante los tres años de estancia en París (los de la guerra civil española)  hizo dos cosas en la que era maestro: mirar y escribir.

Azorín había estado antes dos veces en París: en 1905 como cronista del viaje de AlfonsoXIII y se hospedó en un hotel de Montmartre, el Doré; en 1918 lo hizo como corresponsal de guerra y residió en el hote Majestic, antigua residencia de Isabel II. Más de 50 capítulos comprende su obra París y cada tema tratado lo hace con su estilo personalísimo; lo más sencillo y cotidiano lo realza con belleza y elegancia. Cuando se refiere a los mercados dice: “El mercado es vivero de lingüística y concierto de color. En el mercado escuchamos la parla popular con sus modismos y refranes”. También hace mención a Balzac, quien  atento al modo de andar de los parisinos,  escribió una “Theorie de la demarche”, en la que incluye estos aforismos: ”El reposo es el silencio del cuerpo” y “El  movimiento lento es esencialmente majestuoso”. Azorín apostilla: “El modo de andar es el carácter; tal se anda, tal se piensa”. Nos cuenta también que de los grandes actores franceses sólo había visto a Sara Bernhardt, ya en su decadencia, en un teatro de barriada, en Madrid; durante la representación aparecía sentada pues tenía amputada una pierna. Durante su estancia en París frecuenta una “iglesita modesta, baja, achaparrada, sin campanario llamada San Julián el Pobre, ubicada cerca del Sena en el Barrio Latino, y estaba regida por Jean Chiniara. Tan grato recuerdo guardaba de aquella pequeña iglesia gótica y de su párroco, que en 1943, cuando Pedro de Lorenzo fue a París aquel verano, le hizo un encargo; le entregó una nota mecanografiada en papel cebolla, interesándose por la suerte del rector de San Julián el Pobre. Entre otras cosas decía: “¿Qué habrá sido de este sacerdote que siempre estaba en su sacristía, donde hay una estatua de Carlomagno esculpida en La Edad Media y exhumada por aquellos parajes?”.

No obstante el eclipse de Azorín, estoy de acuerdo con lo que Marías decía en otra “tercera”de 1984: “Azorín es la mayor posibilidad general para todos los españoles, cualquiera que sea su formación intelectual , de saber qué es España, de poseerla, amarla, mirarla con dolo, con ojos críticos pero con apego y, lo que es más, con ilusión.”. Por ello Ramón Gómez de la Serna dijo: “Azorín alumbró las calles y los caminos de España”.

Es un tópico que las noches de París son inolvidables. ¿Qué dijo Azorín sobre esto? “Existe un París nocturno irresistible; a ese París me he resistido. No he trasnochado ni una sola vez en tres años”.

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