Así se titulaba un artículo de Eugenio Montes publicado en ABC en 1979. Las Grutas Vaticanas son necrópolis que se extienden por debajo de una porción de la nave central de la Basílica de San Pedro. El lugar sagrado por excelencia es el sepulcro de San Pedro, donde se encuentra el tabernáculo del siglo IV mandado construir por el emperador Constantino. En estas Grutas – nos cuenta Eugenio Monte- están enterrados los restos de los Papas del siglo XX: Benedicto XV – Pío XI – Pío XII – Pablo VI – Juan XXIII – Juan Pablo I y Juan Pablo II.
En el siglo XVII, Urbano VIII, el Papa de las abejas barberinas (por aquello del nepotismo) mandó construir el palacio de Castelgandolfo como lugar idílico y venturoso de residencia estival pontificia. El académico Montes da a entender que Pablo VI presentía que sería precisamente en Castelgandolfo donde se cerrarían sus ojos cuando le llamara en Eterno.
Y nos dice también que en 1974, la víspera de su marcha a l residencia de verano, pidó al arquitecto Francesco Vacchini,y al artista Lello Scarcelli, le acompañasen a las Grutas Vaticanas. Tras admirar varios de los monumentos sepulcrales dijo: “Yo quiero algo más humilde”.Después de muchas vueltas sus pasos se dirigieron a la capilla donatelliana. Colocándose a la vera del sepulcro de Marcelo II, Papa de pontificado brevísimo, Juan Bautista Montini exclamó: “Aquí quiero descansar para siempre” y añadió que quería una lápida sencilla, blanca o gris, con un fondo de mosaico para el cual, en persona, ayudado por Scorcelli, dibujó una escena de la Resurrección.
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